No entiendo como puedes recordarla, a la muerte, inmóvil delante de tus ojos, parada, sin rostro, cubierta por un mantel negro, con sus delgados dedos de huesos que sujetaban firmemente su guadaña.
Y a su lado un perro, de mirada lobuna y marrón, que me observaba y me lo pagaba reventándome con el látigo de la indiferencia. Y de pronto sentí como unas lágrimas recorrían mis mejillas y seguidas por el invisible recorrido marcado eran llevadas a mi boca entreabierta que las absorbía sin querer. Me acerco sin pensarlo y choco con la pantalla, apoyé las manos en el oculto cristal que habita entre la vida y a muerte y rompí a llorar... otra vez. Miro al perro que empieza a sentir empatía hacia mi y que también derrama agua de sus ojos. La muerte con rostro vacío ni se acerca, yo sólo intento llamar su atención.
— ¿Por qué te odiamos...? ¡¿POR QUÉ!?
La muerte tarda en responder. Si esos huecos que podrían haber ocupado unos ojos estuvieran llenos seguramente me habrían mirado con una seriedad infinita, casi haciéndome daño, mareándome por su sabiduría. Pero al final contesta, con voz inarmónica, distante y fría. Una voz sin vida y sin tono. Que causa daño al oírla.
— Porque tu eres una bella mentira y yo una triste realidad.
Y de pronto el mundo se me cae encima, mis piernas fallan y caigo de bruces contra el suelo sin poder dejar de llorar. Como una verdad había roto todos mis esquemas y matado mis fantasías. Que había roto mi forma de pensar, que había golpeado mi forma de sentir y había interferido en mi propia vida.
Un charco de agua se había formado a mi lado de lágrimas puras y vivas, que había llorado por un ser querido. Por el perro de mi infancia y encontrarme con la muerte había sido un shock. De contarme esta verdad desperté y me encontré en mi habitación. La sentía vacía sin él, oscura y gélida. Entonces me levanté, ya no me sentía bien. Vague en el pasillo de la casa, todo era negro e inerte. Todo estaba absolutamente muerto. Ya ni me importaba chocarme con los últimos supervivientes. Entonces me dirigí a la habitación y luego de girar el pomo me la encontré; preparada y lista, todo muy bien colocado, como una habitación de cuento, pero real. Pues él era así...
Ya no lloré, mi cuerpo se había quedado sin lágrimas que derramar. Me senté a una esquina estratégica para poder observar aquel cuarto detenidamente y allí me quedé, esperando yo también a que algún día encontrara aquella triste realidad...