No entiendo como puedes recordarla, a la muerte, inmóvil delante de tus ojos, parada, sin rostro, cubierta por un mantel negro, con sus delgados dedos de huesos que sujetaban firmemente su guadaña.
Y a su lado un perro, de mirada lobuna y marrón, que me observaba y me lo pagaba reventándome con el látigo de la indiferencia. Y de pronto sentí como unas lágrimas recorrían mis mejillas y seguidas por el invisible recorrido marcado eran llevadas a mi boca entreabierta que las absorbía sin querer. Me acerco sin pensarlo y choco con la pantalla, apoyé las manos en el oculto cristal que habita entre la vida y a muerte y rompí a llorar... otra vez.